Hi! Aquí estamos, otra vez!
Antes de empezar y como siempre, muchas gracias por leer y por vuestros comentarios en los episodios anteriores, me alegro mucho de que os guste <33 así que seguiré proporcionándoos fic en la medida de lo posible. Perdonad esta vez por el retraso, no estaba muy inspirada y el episodio me ha dado más de un quebradero de cabeza.
Para quién se haya perdido el anterior o no sepa de qué hablo, he comenzado a escribir una Historia Seria Propia. Lo del título, como veis, va para largo. Estoy esperando a ser tocada por la inspiración divina (?. Aquí os dejo los episodios anteriores:
- Fic capítulo 1!
-Fic capítulo 2!
-Fic capítulo 3!
-Fic capítulo 4!
Esta vez os traigo un fic...bueno, ya lo veréis (?) Como la última vez, intentaré traeros al menos un episodio cada mes o cad dos meses depende de cómo ande de imaginación, pero espero me disculpéis si me retraso un poco (y os juro que intentaré traeros fics más de seguido si la vida me lo permite).
No os doy más la tabarra, os dejo leer:
RANDOMDARYA 5
-Vaya, vaya...-cambió el bastón por sus delgados dedos azules, sujetándome la barbilla con fuerza. - Pero si tenemos aquí a la Salvadora de Eldarya.
La sorpresa se pintó en mi cara de forma inconsciente, solo durante unos segundos, pero para mi desgracia seguro que el tiempo suficiente como para que cualquier futura actuación no resultase creíble. Pese a todo, intenté salir de mi estupor e intentarlo.
-Y-yo no sé de qué habláis...lamento si os he... -El anciano dejó escapar una risilla seca mientras sus dedos huesudos recorrían la línea de mandíbula. Retiró la mano y me dedicó un leve gesto de cabeza.
-Quizá engañéis a estas serpientes ignorantes, pero no a mí, aengel.
Tragué saliva, aceptando que no podía jugar a hacerme la tonta.
Ale, a paseo la coartada. Señor le ruego que se calle o me lo llevaré para que recaiga sobre usted la ira de Nevra.
El hombre me observó desde las brillantes cuencas de sus ojos hundidos, sin añadir nada más. Tenía unos rasgos muy marcados, una gran nariz aguileña y una piel azul y arrugada como la de una pasa. Los dedos, largos y esqueléticos, acababan en largas uñas negras. Intenté permanecer en silencio ya que cualquier cosa que dijese solo comprometería más la situación, pero el anciano no añadió nada y comenzaba a ponerme nerviosa.
-Bueno, ¿y qué? ¿Va a delatarme? ¿No puede la aengel hacer turismo? Conocer el mundo que ha salvado, y esas cosas. - Solté, despechada por haber sido descubierta. Mi tono ofendido pareció hacerle gracia.
- Una aengel de armas tomar, ya veo. - Seguía escrutándome con la mirada hasta que sus ojos se detuvieron en la jarra que portaba. ¿Quizá podía leer la mente? Estaba a punto de pensar que quizá podría dejarlo k.o. con un buen golpe de jarra. -¿Y a dónde se dirige nuestra Salvadora, si puede saberse?
-Le agradecería que me llamase C...Iona. Iona.
-Supongo que mentir es una de las licencias que puede permitirse una Salvadora. - Comentó irónico el anciano, y por un momento olvidé dónde estaba y con quién estaba hablando.
-¿Perdón? Lo que me faltaba. Escúcheme bien... -comencé, alzando amenazadoramente la jarra. El alquimista me observó con curiosidad antes de erguirse ligeramente; hasta ese momento no me había dado cuenta de que estaba encorvado, pero un vez se enderezó quedó claro que me sacaba casi dos cabezas. Sus ojos se convirtieron en dos punto plateados en la oscuridad en la que el ala de su sombrero sumía su rostro. Carraspeé.- Un respeto.
-¿Qué estás buscando...Iona?
-Agua. Si me disculpa, debería seguir mi camino y le agradecería que no...
-¿Para la muchacha de cabellos rosas? -Inquirió el hombre, volviendo a encorvarse y recuperando una estatura normal. Alcé una ceja por toda respuesta. - Una muchacha muy hábil con las palabras, sin duda. Una gran actriz...
-Ya bueno, si tiene a bien cerrar el pic...
-...una pena que vaya a morir. Cuánto talento desperdiciado por una estupidez.
Qué.
-¿Qué? -El anciano ignoró mi pregunta, se dio media vuelta y se fue por dónde había venido renqueante. ¿Qué demonios? - ¿Qué?
Deo me miró por encima del hombro un segundo, antes de girarse y volver a sujetar con fuerza mi mentón, obligándome a girar el rostro primero a la izquierda y luego a la derecha. -Tú tienes suerte. Quizá sea la sangre aengel...no puedes envenenar a algo que no crees que exista, ¿no?
Se rio por lo bajo ante su propia ocurrencia, pero yo comenzaba a ponerme nerviosa. ¿Envenenar? Me sacudí sus garras antes de encararlo de nuevo.
-¿Qué sabe? ¿Han intentado envenenarnos?
-No, no lo han intentado. Lo han conseguido. -Sus ojos brillantes se convirtieron en dos rendijas plateadas al ver mi expresión de incredulidad mezclada con un ya incipiente pánico. - ¿No me crees, niña? Compruébalo si quieres. A juzgar por los síntomas que ya presentaba tu amiga, te los encontrarás dormidos y bañados en sudor.
Totalmente petrificada, vi como el anciano reiniciaba su marcha. Todo empezó a darme vueltas. Era mentira, tenía que ser mentira...aunque por otro lado, ¿qué iba a ganar aquel hombre diciéndome eso solo para asustarme? Estábamos en territorio enemigo. Era completamente factible que hubiesen...
Empecé a notar mis sentidos ligeramente embotados, como si todo aquello fuese un sueño. Desubicada, intenté seguir al hombre, que empezó a subir unas escaleras.
-Es-espere...-acerté a decir, pero tampoco sabía qué quería de él. ¿Que me dijese que era todo una broma? Esta vez ni siquiera se giró para responderme.
-No. Y tú tampoco deberías esperar, si quieres hacer algo por ellos. Seguro que mañana por la mañana pasan a remataros. - La absoluta naturalidad con la que dijo aquello hizo que trastabillase y casi me cayese por las escaleras. Una vez llegó a parte superior, se dirigió a una puerta con un extraño símbolo en ella. Me lanzó una última mirada por encima del hombro antes de desaparecer por ella. - ¿Qué harás, Salvadora?
La habitación de los chicos, gracias al cielo, no tenía la puerta cerrada de llave, lo que me parecía de una temeridad e inconsciencia inaudita dado dónde nos encontrábamos. No obstante dadas las circunstancias la estupidez masculina jugaba a mi favor y me deslicé dentro de la habitación sin llamar siquiera. No era muy consciente de cómo la había encontrado ni cómo había logrado llegar hasta allí, teniendo en cuenta la sensación de mareo y agobio que se había apoderado de mí y hacía que me palpitasen las sienes y me costase respirar. Por suerte estaba justo al lado de la nuestra, y una vez hube localizado la rendija de luz que provenía del cuarto donde descansaba Karenn, pude encontrar la suya. Las luces estaban apagadas pero para mi sorpresa la estancia de los muchachos sí tenía ventana: una rendija vertical de unos cuarenta centímetros de largo y por la que apenas cabía el grosor de mi brazo. La luz de las estrellas se filtraba en la estancia como un pequeño rectángulo en el suelo. Cerré la puerta con cuidado mientras intentaba ver algo con la luz de mi lámpara.
-¿Chrome? ¿Mathieu? - Susurré, pero no recibí respuesta. Contuve el aliento durante unos segundos, agudizando el oído hasta que pude escuchar respiraciones. Espero que sean ellos y no me haya metido en la habitación de una de esas serpientes...
Con cuidado retrocedí hasta tocar de nuevo la puerta y seguí el recorrido de la pared hasta que me topé con un escritorio. Sobre él descansaba una lámpara de aceite bastante más grande que no tardé en encender y que mejoró considerablemente la situación. El lado bueno era que no me había equivocado de habitación: los chicos parecían dormir a pierna suelta sobre un par de enormes cojines. El lado malo fue que, como pude comprobar, aquel maldito alquimista parecía tener razón: por mucho que los sacudí no logré despertarlos, y aunque su respiración era continua y constante, tenían la piel fría y bañada en sudor.
Tras zarandear a Chrome con demasiado ahínco fruto de la ansiedad que me corroía, me permití un pequeño ataque de pánico.
¿Qué hago ahora? ¿Qué hago? Oh por el Oráculo, ¿por qué todo me pasa a mí? ¿Por qué no me han envenenado a mí en lugar a de Chrome o a Karenn? Seguro que sabrían qué hacer...para una vez que no soy la víctima, ¿ahora qué hago?
Paseé ansiosa por la habitación, asomándome de vez en cuando al ventanuco. No podía sacar la cabeza y mucho menos sacar a nadie por allí; además defenestrar a mis amigos tampoco solucionaría mi problema. Pero, ¿qué podía hacer? ¿Sacarlos a rastras por la puerta principal? Las posibilidades de éxito en aquel nido de víboras eran nulas, y más teniendo en cuenta mi horrible orientación. Quedarme allí no era una opción: obviamente las nagas no tenían un plan agradable para nosotros si habían intentado envenenarnos. Y ese era otro problema más que debía sumarse al de salir de allí: mis amigos estaban envenenados, y no sabía cómo curarles o cuánto tiempo iban a aguantar. Aunque lograse salir de allí con ellos, ¿quién decía que fuesen a aguantar el largo viaje de vuelta...?
No Cyn, no, eso no. No pienses eso. Para que se muriesen por el camino primero tendrías que encontrar el camino, y siendo tú, seguro que nos morimos todos después de dar vueltas sin rumbo por este condenado desierto....maldito Lance, todo esto es culpa suya. Yo no tenía que estar aquí. Como salga de aquí juro que...no, Cyn, céntrate.
¿Qué podía hacer? ¿Marcharme sola para pedir ayuda? ¿Sería capaz de llegar a algún sitio si quiera? El viaje hasta allí había llevado casi una semana; si me marchaba dudaba mucho que fuesen a esperar pacientemente a mi regreso para rematarnos a todos...
No se me ocurría nada y empezaba a faltarme el aire, pese a que aquella era la única habitación ventilada. Mis amigos seguían inconscientes, ajenos a mi ataque de pánico. Lo único que se me ocurría era volver a buscar a Deo; nada me aseguraba que estuviese de nuestro lado, ni mucho menos que fuese a ayudarnos, pero no tenía una idea mejor. No era más que una humanita asustada, sin capacidad para huir de allí ni salvar a mis amigos.
Salvadora de Eldarya, Salvadora de Eldarya...¿de qué me sirve esto en realidad? Seguro que ni siquiera puedo pedirle ayuda a Leiftan a esta distancia...¿Leif? ¿Me oyes? ¡SÁLVAME!
...
...
...
Nada, sabía que era una estupidez.
Tampoco sabía convocar mis poderes, más allá de aquel escudo protector. Y de todas formas, ¿de qué me servirían? Podría intentar abrir un agujero en la pared pero dudo que aquello ayudase a mantener el sigilo de la huida...también podría intentar exterminar a las nagas, pero en el fondo me daba miedo quedarme sin poder a medio trabajo, y no las implicaciones morales de la acción en sí...
En fin, Cyn, movimiento. Hay que buscar a ese dichoso alquimista.
Intenté con todo mi empeño no hacer mucho ruido mientras correteaba frenética por los pasillos. Antes de salir de la habitación de los chicos me había descalzado para evitar hacer más ruido del necesario... y también para dejar uno de mis zapatos delante de su puerta y así poder identificarla de nuevo. Cada vez más nerviosa, me detuve ante un cruce de pasillos, oteando la oscuridad. ¿Por qué me costaba tanto orientarme en aquel dichoso laberinto?
Venga Cyn, su habitación estaba más arriba porque has tenido que bajar así que...escaleras, escaleras, ¿dónde están las escaleras?
Un siseo que por desgracia reconocí al momento interrumpió mi hilo de pensamiento. Inconscientemente, soplé para apagar la llama de mi vela, sumiendo el pasillo de nuevo en una penetrante oscuridad. Quizá no había sido una idea muy inteligente, pero ahora que sabía que corría un peligro real el pánico había actuado por su cuenta. Petrificada, aguanté la respiración sin mover un músculo, intentando descifrar de dónde procedía. El peculiar ruido que hacían las escamas de las nagas sobre la piedra parecía venir de uno de los pasillos que se abrían hacia la derecha, unos metros más adelante. Retrocedí un par de pasos, apoyando las yemas de los dedos en el muro para guiarme hasta acercarme a la encrucijada que acababa de pasar, y despacio me interné en el pasillo que llevaba a la izquierda. Asomé tentativamente la cabeza para ver un leve resplandor, que parecía acercarse junto con el siseo continuo. Volví a esconderme tras la esquina.
Quizá si no hubieses apagado la vela no sería tan sospechoso si te encuentran, ¿no crees, genio?
El ruido y la luz se fueron acercando, para mi personal desgracia. Decidí que era un buen momento para dejar de respirar y pegarse más contra la pared.
Y seguro que si te encuentran aquí pegada a la pared no será para nada sospechoso.
La luz se acercó y de pronto la silueta oscura e imponente de una naga se dibujó en el pasillo principal, a escasos metros de mí. Mi presencia pasó totalmente desapercibida y la criatura continuó su camino, llevándose consigo su siniestro siseo y el halo de luz que la acompañaba. Esperé unos prudentes minutos a que toda luz y sonido hubiesen desaparecido, si bien era difícil distinguir gran cosa entre las palpitaciones de mis sienes y mi pulso desbocado. Una vez me hube tranquilizado, volví de nuevo al pasillo, oscuro como la boca de un lobo. Aquello no sólo no ayudaba a mi escasa orientación, sino que volvía mi tarea casi imposible: ¿cómo iba a encontrar unas escaleras así? El hecho de que al menos de esta forma sabría si se acercaba alguna naga no me consolaba tanto como debería. Intentando no caer de nuevo en el pánico, eché a andar a ciegas, guiándome por mi mano sobre la pared y lo poco que recordaba del pasillo antes de haber apagado la lámpara.
Me sobresalté todas y cada una de las veces que la pared desapareció bajo mi mano para dar lugar a un pasillo o a la hendidura en la que se encajaba una puerta. Más de una vez mi mano rozó la madera y el pánico me recorrió ante la idea de haber hecho algún tipo de ruido que despertase a la naga que se encontrase dentro. Por suerte no pasó nada de ello y tras dar un par de vueltas sin sentido, una tenue luz llamó mi atención. Primero para mal, pero tras el susto inicial me di cuenta de que se trataba de una luz fija. Me acerqué con cautela: las escaleras. Eran la única parte de aquel complejo laberinto que estaba iluminada, y por un momento tuve hasta ganas de agradecer a aquellas serpientes por el detalle. Sin tener mucha más idea de cómo encontrar a Deo, comencé a subir.
-¿No te han enseñado a llamar, niña? - el tono censurador y cascarrabias del anciano no tuvo ningún efecto sobre mí, presa de un pánico que intentaba controlar con gran esfuerzo. Me había costado encontrar la puerta, pero el hecho de que estuviese marcada y convenientemente cercana a las escaleras habían evitado que perdiese más el tiempo.
Cerré la puerta con cuidado tras de mí y di un paso adelante, recibiendo una mirada negra como advertencia. El suelo estaba lleno de libros, papeles y objetos extraños, por lo que caminar por aquel lugar era lo más parecido a entrar en un campo de minas. Necesitaba el favor de ese hombre y romper algo de todo aquello seguro que no iba a hacerme ganar puntos, por lo que me detuve.
Tomé aire, intentando calmar mi pulso de forma que mi discurso fuese seguro y autoritario.
-Ayúdeme, por favor. Por favor. - Pese a mi férrea voluntad, el hilillo de voz trémula que salió de mí dejó bastante que desear.
Deo alzó una ceja, para nada impresionado por mi tono desesperado.
-¿Con tus modales? Ciertamente es algo que tienes que trabajar. - Y volvió a girarse a su escritorio, en el que parecía estar escribiendo algo. Tuve que hacer acopio de todo mi autocontrol para no ponerme a gritar.
-Tenía razón, mis amigos están inconscientes. Quieren matarnos. Yo sola no puedo...no puedo hacer nada, por favor, ayúdeme a...
-Curiosa Salvadora, que no puede salvar a tres pobres desgraciados. - Se regodeó el hombre, sin girarse siquiera.
-Oh, por el Oráculo, sí, ¡soy inútil, ya lo sé! ¡No es el primero ni el último que me lo dice! Pero el caso es... -di un paso inconsciente hacia delante y un pergamino crujió bajo mis pies desnudos. El ruido fue suficiente para hacer que el anciano volviese a girarse hacia mí, contrariado.
-Márchate antes de que rompas algo y me enfade.
-Ayúdeme, po...
-No tengo por qué ayudarte, chiquilla. Eres un aengel, búscate la vida. - Parpadeé un par de veces, medio camino entre la incredulidad y la ira.
-¡¿Y así tratas a un aengel?! -Se me escapó, pero contra todo pronóstico aquello no enfureció más al hombre, sino que pareció divertirlo, lo que sin embargo sí me enfureció a mí. ¿Quién se creía que era, ese viejo asqueroso? Porque un puñado de serpientes lo tuviesen como a un semidios aquello no le daba derecho a ser un maldito desagradable.
-Tu raza me da igual, niña. Ahora, largo.
-No.
El hombre me fijó durante unos largos segundos antes de suspirar. Bien, lo estaba desesperando. Por lo visto mi superpoder no funcionaba solo con Nevra.
-También puedo llamar a Vhatraryi, si quieres. Era ella quien estaba a vuestro cargo, ¿cierto? Seguro que le interesa saber que una de sus musarosas anda por ahí correteando aún.
¿Me está amenazando, este pedazo de...? Cyn, respira, es cuestión de mantener la calma. Puedes con esto, has entrenado con Nevra.
-No lo hará. - Deo alzó una ceja, visiblemente molesto por mi frase.
-¿Ah, no?
-No. ¿Por qué sino me habría contado la verdad? Dudo que para dejar que las nagas acabasen el trabajo.
-No. - Concedió, volviendo a girarse hacia el escritorio. - Solo estaba aburrido. Estabais siendo unas presas muy dóciles, solo quería...darle emoción a la caza.
¿Qué demonios...? Un escalofrío recorrió mi espalda. Quizá había sido muy ingenua al pensar que aquel hombre podía ser bueno...o al menos simpatizar con nosotros. ¿Y si solo era un vejestorio cruel y retorcido que quería disfrutar con mi agonía mientras intentaba sin éxito huir? Clavé la mirada furibunda en su chepa. Hasta ahora había sido muy correcta. ¿Quería que fuese por las malas? Pues por las malas sería. Total, ¿Qué tenía que perder? Con un par de zancadas, recorrí el espacio que nos separaba, pisando papeles y libros y apartando trastos a discreción hasta llegar justo a su altura. Ante el estruendo el hombre se giró, furibundo, pero alcé un dedo con toda la autoridad que fui capaz de reunir para hacerle callar.
Venga Cyn, imagina que es Nevra...y Lance. En uno. Con un toque de Ezarel.
-Escúcheme bien. No sabe hasta qué punto estoy harta de acabar metida en berenjenales de este estilo. Siempre que salgo de casa algún bichejo de mierda intenta matarme. SIEMPRE. ¿Sabe lo que es eso? Estoy HARTA. HARTA. -El alquimista hizo amago de abrir la boca, pero volví a alzar el dedo, amenazante. - NO ME INTERRUMPA, DEMONIOS. ¿Cree que soy molesta, no? Póngase a la cola de gente a la que le molesta mi mera existencia. Me he jugado la vida salvando a este condenado mundo y ¿qué recibo a cambio? ¡A IDIOTAS COMO USTED QUE SE CREEN QUE PUEDEN JUGAR CON MI VIDA CUANDO ES GRACIAS A MI QUE SIGUE AQUÍ PARA PODER AMARGÁRMELA! Así que se va a tragar su asqueroso ego y sus aires de místico de tres al cuarto y va ayudarme a salir de aquí y a sacar a mis amigos de esta dichosa pesadilla. O le juro por el Oráculo y por quién quiera que como muera aquí volveré en forma de fantasma y le perseguiré día y noche hasta el final de sus días.
-Tú...-comenzó, con ira para nada disimulada. Por suerte para mí, el chute de adrenalina y la histeria que comenzaba a recorrerme eran suficientes para que no me parase a pensar si enfadar a un ser poderoso como era aquel nubero era una buena idea.
-YO me iré de aquí con mis amigos, y si lo que quiere es perderme de vista, será mejor que me ayude YA.
-Muchachita impertinente, podría acabar contigo aquí y ahora si quisiera. - Su voz sonó más grave y potente de lo que había sonado hasta aquel momento, mientras el hombre se levantaba y erguía para alcanzar su imponente y completa altura.
-Yo también. - Corté desafiante, con un cierto exceso de confianza en mis poderes. Leiftan, si muero aquí espero que vengas a cargarte a este condenado vejestorio....
-¿Ah, sí? Querría ver como lo intentas.
-¡No lo voy a intentar porque soy una condenada aengel y por tanto no apoyo la violencia, PERO LE JURO QUE LE VOY A PARTIR LA CA...!
El hombre hizo un ademán con la mano en mi dirección, y al ver como las puntas de sus dedos se iluminaban cerré los ojos instintivamente. Por suerte mis poderes decidieron no dejarme en ridículo en aquella ocasión y rápidamente un escudo de luz se erigió entre el alquimista y yo. El hombre bajó la mano; la furia había desaparecido de su mirada, sustituida por mera curiosidad.
-Vaya, vaya... -volvió a tomar asiento y a recuperar su estatura habitual. El escudo seguía entre nosotros, y me anoté una victoria mental por haber logrado que siguiese ahí en lugar de desaparecer a los diez segundos. - ¿Qué me darás a cambio?
-¿Qué?
-Si te ayudo a sacar a tus patéticos amigos de aquí, ¿qué gano yo? - Alcé una ceja, suspicaz ante el cambio de tono de la conversación, pero no me encontraba en posición de darle muchas vueltas a la oferta. Ya me preocuparía por la oscura verdad oculta detrás de su repentina amabilidad más adelante.
-Lo que sea. Lo que quiera. -Intenté sonar confiada y segura, aunque la sonrisilla que esbozó el alquimista hizo que me sintiese como si acabase de hacer un pacto con el demonio sin leer las condiciones. Supuse que entonces tendría derecho a exigir un poco más. - Le daré lo que quiera y esté en mi mano a cambio de que nos saque de aquí sin levantar sospechas, ni dar el aviso a los guardas, ni jugárnosla de ninguna manera.
Alzó una ceja, visiblemente divertido ante lo específico de mis condiciones.
-¿Algo más, niña?
-Sí. También salvará a mis amigos. Es alquimista y sabía cómo actuaba el veneno; tiene que saber curarlos o tener un antídoto o algo.
Permaneció en silencio unos largos segundos, mesándose la barba y disfrutando claramente con mi estado histérico.
-Está bien. -Concedió finalmente, y me permití hacer desaparecer el escudo. - Seguro que contigo no me aburro, Salvadora.
Qué bien, otro que piensa que soy una especie de show con patas.
-Bien. -Asentí, sintiendo que volvía a respirar de nuevo. En la práctica aún seguía atrapada en aquel tétrico lugar rodeada de serpientes asesinas y con mis amigos inconscientes, pero al menos ahora tenía una mínima esperanza de salir de aquello airosa. No obstante mi paz mental duró unos diez segundos, los que el anciano tardó en volver a girarse hacia su escritorio. -¿Qué demonios hace? ¡Tiene que...!
-Sé lo que tengo que hacer, chiquilla. Deja de gritar y molestar, y lleva a tu amiga a habitación de los muchachos. Iré cuando termine con esto.
Lo observé con aire reprobatorio, dudando entre ponerme a gritar o ponerme a insultarlo, pero no era el momento para perder los papeles. Y menos cuando por fin había accedido a ayudarme. Obediente, salí de la habitación cerrando tras de mí. Solo esperaba que el hombre fuese a cumplir con su palabra y que todo aquello no fuese una broma de mal gusto para que pudiese avisar a las nagas. No tenía forma de saber sus verdaderas intenciones, así que por desgracia no me quedaba otra que confiar en su dudosa palabras.
Encontrar el camino de vuelta no fue tan complicado pues había vuelto a encender mi lamparita antes de abandonar la estancia de Deo, y no tuve que lamentar ningún otro encontronazo, si bien en un par de ocasiones escuché algún que otro siseo en la oscuridad.
Tras obedecer y llevar a Karenn a la habitación de los chicos, me había sentado allí, observando la puerta con ansiedad durante lo que me había parecido una eternidad. Cada vez que escuchaba el mínimo ruido me imaginaba un ejército de nagas al otro lado de la puerta, y había pasado todo aquel tiempo elaborando intrincados planes para salir de aquella. Ninguno acababa en éxito. Aunque parapetarme en aquella habitación tenía sus ventajas, ya que podría proteger a los chicos con un escudo, dudaba que pudiese hacer mucho más. También había intentado despertarles, con la esperanza de que todo aquello no fuese más que una broma macabra, pero por desgracia todo apuntaba a que era real.
Deo estaba tardando en aparecer, o al menos eso me parecía a mí y a mi ataque de ansiedad incipiente.
Quizá se ha perdido...quizá no sabe cual es la habitación...no deja de ser un viejo senil, al fin y al cabo. Quizá debería ir a buscarlo...sí, será lo mejor, porque quizá, y solo quizá, está intentando escaquearse. Puede que me dijese eso para despacharme y su plan sea tenerme aquí esperando por él hasta el amanecer. Pues bueno, por desgracia para él, su palabra no es la autoridad.
Ya casi me conocía el camino y aquello me infundió una seguridad bastante temeraria, pero dada la situación el tiempo apremiaba y no podía permitirme perder más haciendo aquel recorrido. Por eso corrí. Ligeramente. Descalza y veloz, no me di cuenta hasta que fue demasiado tarde y en las escaleras por las que debía subir apareció Vhatraryi. La criatura se erguía en el descansillo, un puñado de escalones por encima de mí, lo que la hacía más alta e imponente. No portaba lámpara, pero sus iris dorados brillaban con una luz propia bastante tétrica.
Petrificada, contemplé como se deslizaba zigzagueando por los escalones hasta detenerse en el último peldaño, a unos centímetros de mí.
Retrocedí temblorosa unos pasos, pensando en qué podía hacer. Que anduviese paseando sola era sospechoso, claro, pero no tenía porqué pensar que estaba al corriente de sus planes asesinos y tramaba algo. La naga continuaba observándome en silencio con una leve sonrisa que apenas levantaba la comisura de los labios. ¿Debía hablarle? Desde que habíamos llegado allí mi papel de sirvienta me había librado de toda interacción, aunque seguramente permanecer callada y nerviosa tampoco era muy decoroso.
-S-sura Vhatraryi... - musité, recordando aquel honorífico que le había escuchado a Karenn. - Disculpad, buscaba...
-¿Buscabas? -Su voz sonaba calmada y taciturna, incluso dulce, pese al más que evidente desagrado que se había dibujado en sus facciones al escucharme hablar. Quizá sí que tendría que haber permanecido callada, era una sirvienta al fin y al cabo.
-Buscaba a mi ama. -Mentí, bajando la mirada. - Todavía no ha regresado de su encuentro con el alquimista y...
-¿Ah, sí? - La naga descendió por fin el último escalón, acercándose de nuevo y obligándome a retroceder de forma involuntaria. Me aparté contra la pared, bajando la mirada en todo momento.
-Sí, lamento si os he importunado. Ahora mismo iré a buscarla. - Con una pequeña reverencia, me dirigí hacia las escaleras. Noté entonces como algo áspero se aferraba a mi pierna, pero no me dio tiempo a detenerme para comprobar que era, pues con un fuerte tirón me llevó al suelo. Paré a duras penas el golpe con los brazos, lo cual evitó que mi cara saliese perjudicada, pero aún así caí como un fardo sobre el suelo de piedra. La lámpara voló hasta rebotar contra una pared, apagándose en el proceso. El golpe me robó el aire de los pulmones durante unos agónicos segundos en los que sin embargo noté como algo se enroscaba por mi pierna, apretando cada vez más. El pasillo se había sumido de nuevo en la oscuridad a excepción del débil resplandor de las lámparas que iluminaban las escaleras. Cuando conseguí girarme vi como Vhatraryi me observaba erguida desde sus dos imponentes metros de altura. Inclinó levemente la cabeza, y junto con el brillo dorado de sus ojos pude ver el resplandor blanquecino de su dentadura.
-No deberías de estar correteando por aquí. Ya no. -De un fuerte tirón, me arrastró hasta situarme bajo ella, inclinándose de nuevo para observarme de cerca con una mezcla de desagrado y curiosidad. - ¿Por qué estás despierta todavía?
Quería responder pero sinceramente no sabía que decir. El pánico no hacía más que recordarme la desagradable sensación de sus escamas arañando mi piel y apretando.
Me va a comer, me va a comer, me va a...
La falta de respuesta frustró a la mujer, que con una sacudida violenta y con una fuerza sobrehumana, tiró de mí para golpearme contra la pared. De nuevo tuve el tiempo suficiente para cubrirme el rostro y el pecho con los brazos, pero esta vez el golpe logró arrancarme un quejido de dolor. Caí de nuevo sobre el suelo de piedra, recostada de lado, con la pierna todavía apresada.
-¿No quieres responder? -Apenas me había recuperado del golpe cuando de nuevo me vi arrastrada a su lado. - Impura y maleducada, qué esperar de una asquerosa féerica. Muy bien.
Cyn, tienes que hacer algo, tienes que...
Vhatraryi se inclinó de nuevo, contorsionando su larga cola hasta quedar prácticamente en horizontal sobre mí, su rostro a escasos centímetros del mío.
-Tendré que ponerte a dormir yo misma. - Su lengua viperina rozó mi nariz con cada palabra que salió de su boca. Después, formó una sonrisa verdaderamente macabra que dejó al descubierto dos hileras de dientes afilados como cuchillas. Solo cuando comenzó a desencajar la mandíbula comprendí lo que era el verdadero terror.
¡ME VA A COMER!
Un resplandor seguido de una especie de estallido hizo que de pronto la presión sobre mi pierna desapareciese. Abrí los ojos, que había cerrado instintivamente ante la visión de mi muerte inminente, para encontrarme con que Vhatraryi yacía en el suelo a unos metros de mí, tan sorprendida como yo.
¿He...he sido yo? ¿Han sido los poderes?
El aire parecía vibrar todavía fruto de aquella descarga de energía espontánea, y superado el estupor inicial, la naga me fijó con la mirada cargada de odio.
-¡¿Cómo osas, féerica hereje?! - Su cola se lanzó contra mí a toda velocidad, apuntando a mi cuello, pero de nuevo el cerrar los ojos con fuerza se tradujo en un escudo de energía contra el que chocó el ataque de la criatura.
Vale Cyn, tú puedes, no te vas a dejar comer, tú puedes controlar esto....
Me incorporé a duras penas, sin apartar la vista de los furibundos ojos dorados de la naga, cuya lengua aleteaba nerviosa entre sus dientes apretados. Reptó rápidamente hasta el escudo y se alzó en toda su altura para lanzar un zarpazo con sus manos enjoyadas.
-¿Por qué tienes este poder? ¡¿Qué eres?! -Gritó, volviendo a intentar arañar el campo de fuerza que me protegía. Pese a la escena, me tranquilizaba ligeramente el hecho de poder protegerme. Ahora solo tenía que...
De pronto, la naga detuvo sus ataques. Mirándome con furia, comenzó a retroceder.
Eso, vete, vete a.... a... oh, no. ¡Va a dar la voz de alarma!
La realización se hizo patente en mi rostro, causando una leve sonrisa odiosa en la mujer. No podía dejar que diese la voz de alarma: irían a por mis amigos y yo no estaba allí para protegerlos. Sin saber muy bien qué esperaba, alargué la mano en su dirección, esperando algún otro tipo de escudo o cualquier cosa que la detuviese. De mi palma brotó sin embargo un orbe de luz que fue a estrellarse en el largo torso de la naga, quién a penas pudo proferir un chillido antes de caer al suelo.
Mi propio estupor ante la escena hizo desaparecer el escudo que me protegía.
¿La he...la he matado? Y-yo no...
Tras unos segundos eternos, di un tembloroso paso hacia el cuerpo de la naga. Y otro, y otro más. Estaba dividida entre el horror de haberla matado sin querer y el temor a que estuviese fingiendo el haber sido derrotada para atacarme. Cuando finalmente llegué a su lado, comprobé que respiraba aún, débilmente.
Está inconsciente...guau. Soy genial, la verdad.
El estruendo de nuestro encuentro seguramente no había pasado desapercibido, a juzgar por el ya familiar siseo de escamas contra piedra que se empezó a escuchar. Rápidamente salté el cuerpo inerte de Vhatraryi, corriendo de nuevo en dirección a la habitación. Ya no tenía tiempo para buscar a Deo, y aunque no tenía ningún plan, tenía claro que donde debía estar era protegiendo a mis amigos. Ya pensaría algo por el camino.
No fue hasta que hube atrancado la puerta con el sólido escritorio de madera cuando me percaté de que no era la única despierta en la sala. El alquimista me observaba con escepticismo mal disimulado desde el centro de la habitación. Jadeante, no acerté a decir nada: simplemente nos observamos mutuamente durante unos segundos. No sabía cómo había llegado allí, ni me importaba.
Deo procedió a ignorarme y barrió con la mirada la estancia, deteniéndose un segundo en las figuras dormidas de mis amigos, antes de acercarse al ventanuco.
-¿Y-Y bien? -Jadeé mientras continuaba a amontonar el escaso mobiliario ante la puerta. - ¿Qué hacemos? ¿Vamos a salir por ahí?
-La paciencia es una virtud, Salvadora. - Respondió con marcada ironía. Por momentos hasta echaba de menos a Nevra.
-Espere, ¿no debería...desenvenenarlos primero? -El anciano se giró hacia mí con una ceja alzada y me sostuvo la mirada durante unos largo segundos. En su rostro se leía claramente que estaba sopesando cómo de idiota era yo.
-No tengo el material necesario.
-¡Pues búsquelo! - estallé yo, pero solo conseguí que su ceño se frunciese un poco más.
-Claro, en cuanto retires la patética trinchera en la que estás trabajando. -Abrí la boca para replicar y explicarle claramente la urgencia de la situación, pero Deo dio por finalizada la conversación y me dio la espalda, volviendo su atención a la pequeña ventana de la habitación. -Ahora cállate y déjame trabajar.
Con parsimonia, el hombre sacó un pincel y una botella de una de sus mangas y, tras mojar el pincel en aquel inusual tintero, comenzó a dibujar un círculo de encantamiento en la pared. O lo que yo creía que era un círculo de encantamiento, porque había visto muy pocos en mi vida. Después procedió a escribir palabras y símbolos totalmente desconocidos. La tinta goteaba sobre la superficie vertical, introduciéndose entre las grietas y desdibujando poco a poco algunos caracteres. La luz de las lámparas no era suficiente como para permitirme distinguir con claridad los colores, pero podría jurar que aquella tinta era roja...intenté no pensar mucho en que quizá no fuese tinta. Hice lo posible por observar en silencio, pero la calma del proceso no contribuía a mi tranquilidad, y no podía evitar lanzar miradas ansiosas a la puerta. Fuera no se escuchaba nada...aún. Una vez hubo terminado su labor de decoración, Deo dio un pasos hacia atrás para observar su obra.
-Precioso. Ahora... -comencé, ganándome una dura mirada de reproche por su parte. El alquimista carraspeó y, alzando las manos, comenzó a salmodiar un encantamiento cuyo idioma no supe reconocer. Mi total ignorancia resultaba frustrante y también preocupante: podía estar invocando al mismísimo demonio naga para que nos devorase y yo no me daría cuenta. Sus manos comenzaron a brillar, así como las líneas y dibujos trazados sobre la pared. Con un destello para nada disimulado, el círculo desapareció, llevándose consigo la pared. Parpadeé un par de veces, pero era así: donde antes había estado el sólido muro y el pequeño ventanuco, ahora había un agujero circular perfecto de unos dos metros de diámetro. El anciano se limpió las manos a la túnica y comenzó a guardar sus utensilios de pintura en una de sus mangas.
Boquiabierta me acerqué al agujero en la pared y con cuidado alargué la mano. Efectivamente, era un agujero, de bordes perfectamente limados. Asomé la cabeza, todavía atónita.
Creo que me he equivocado de carrera. ¿Enseñarán a hacer esto en la Absenta?
-Qué...cómo...
-No voy a perder el tiempo explicándote algo que no entenderías. -Gruñó el alquimista, pero yo estaba demasiado concentrada en sacar el brazo por la pared. - Venga, deja de jugar y vete a por tus amigos.
-¿Qué? -Me giré de nuevo hacia él, pero parecía decirlo en serio. Volví a asomarme por el agujero con cuidado. Había una buena y preocupante caída antes de llegar a un suelo que a todas luces parecía ser de piedra lisa bajo una fina capa de arena. - ¿Quieres que los tire por aquí?
-Hay que dártelo todo hecho, ¿eh? Solo tienes que usar tus alitas de aengel y sacarlos de aquí.
¿Alas? Pero si yo no tengo alas. Oh por el Oráculo, ¿por qué no habré practicado más con mis pod...?
-No tienes alas. - Adivinó el anciano ante mi expresión turbada. Después suspiró con teatralidad desmedida mientras mascullaba una serie de improperios entre los que pude escuchar "salvadora de pacotilla".
-Este trabajo va a salirte más caro de lo que creías, muchachita. -Anotó. No tuve tiempo para defender mi honor porque el hombre se aproximó de nuevo al agujero y con un gesto vano de la mano lanzó una especie de polvillos brillantes. Observé la escena durante unos segundos en los que no pasó nada. Finalmente aquellos polvos, que parecían haberse disipado en el aire, comenzaron a tomar consistencia y en cuestión de segundos una nube oscura flotaba unos metros por debajo del agujero en la pared. Volví a mirar interrogante al alquimista.
-¿Vamos a irnos en una nube?
-Si no te gusta siempre puedes quedarte aquí. -Comentó el anciano, visiblemente ofendido por mi comentario. Me habían dicho que Deo era una especie de espíritu de las tormentas, así que puede que tuviese sentido que emplease una nube para desplazarse. Lancé una mirada aprensiva a la inestable formación nubosa: ¿qué me garantizaba que aquello iba a sujetar nuestro peso? Hasta donde yo sabía las nubes no eran más que agua y vapor. Seguro que si ponía un pie ahí acabaría en el suelo metros más abajo. El anciano resopló con exasperación, y con un ágil salto, se lanzó a su improvisado transporte. Para mi sorpresa parecía ser estable y tangible, pues el hombre no se hundió y permaneció ahí, de pie, mirándome con cara de pocos amigos.
-Tómate todo el tiempo que quieras mirándome como una idiota, chiquilla, yo no tengo ninguna prisa.
Sus palabras vinieron acompañadas de un inesperado golpe en la puerta, que hizo que todo lo que había amontonado delante de ella se tambalease. Salí de mi estado de ensimismamiento y corrí a la cama para empezar a arrastrar a mis amigos a aquella sospechosa nube.
Comencé con Karenn, que era la más ligera, a la cual dejé caer indolentemente por el agujero rezando para que aquella nube no tuviese un peso máximo permitido. La chica calló con un sordo "plof" que hizo que la nube soltase un ligero polvillo, pero nada más. Arrastrar a Chrome y Mathieu fue algo más complicado, y tuve que forcejar para poder empujarlos con algo de dignidad y tino y que no cayesen fuera de la nube. Deo solamente contemplaba la escena con una mezcla de aburrimiento y decepción, pese a que la puerta amenazaba con ceder. De pronto, la hoja de una espada curva se incrustó con un ruido seco en la madera. Sobresaltada, dirigí la mano hacia la puerta, creando un escudo que dejó la hoja atrapada. Deo alzó una ceja, pero no movió ni un dedo.
No me ayudes, maldito viejales, no hace falta, la Salvadora lo hará todo.
Una vez los arrastré a todos, le eché un rápido a la habitación, agarré el macuto de Chrome y tras comprobar que el mapa, la brújula y el agua estaban allí, cerré los ojos y encomendándome al Oráculo, salté al vacío.
Después de salir a lomos de la nube voladora en la oscuridad de la noche, habíamos sobrevolado la silenciosa ciudad naga a una altura preocupantemente baja. A penas nos elevábamos un par de metros del suelo, y Deo tampoco parecía imbuirle mucha velocidad a su nube mágica. Pese a todo me mordí la lengua porque sabía que no estaba en posición de azuzar a aquel viejo cascarrabias, y me limité a mirar con aprehensión al suelo, esperando ver a una tropa de nagas de un momento a otro. La ciudad parecía, por suerte, muerta. Una vez llegamos a la muralla que la rodeaba, nuestro medio de transporte había comenzado a bajar y aminorar la marcha hasta finalmente tomar tierra y detenerse junto a una de aquellas construcciones. Inquieta, observé al anciano, que por su parte parecía estar esperando a que yo hiciese algo.
Seguro que ahora me va a entregar a las nagas, sabía que no podía fiarme de...
-¿Vas a quedarte ahí parada toda la noche, niña?
-¿Eh? - Lancé una rápida mirada a mi alrededor, buscando cualquier cosa que justificase nuestra parada allí. La ansiedad ya era parte de mi tono de voz habitual. -¿Qué se supone que tengo que hacer? Me habías prometido que nos sacarías de aquí y por lo que veo, seguimos dentro.
El hombre suspiró con visible molestia, y señaló con su bastón el edificio junto al que nos habíamos parado. A diferencia de los demás, su puerta era algo más ancha.
-A menos que pienses cargar a hombros a tus amigos, te aconsejo que entres ahí y busques un trineo de arena.
Observé la puerta de madera desvencijada que daba entrada al edificio.
Si el viejales cree que me voy a meter ahí, va list...¿eso son marcas de garras?
Tras acercarme unos pasos al edificio pude apreciar como la madera estaba surcada por amplias marcas que a todas luces parecían obra de algún tipo de animal...a menos que las nagas tuviesen unas garras así escondidas, en cuyo caso mi miedo hacia ellas acababa de multiplicarse.
-¿Quiere que entre...ahí, sin más? ¿Cómo sé que no es una trampa? - Rebatí, mis sospechas creciendo cada segundo que pasaba. El anciano esbozó una sonrisilla cruel.
-No lo sabes. Pero sigue perdiendo el tiempo, chiquilla. -Chasqueé la lengua, molesta, pero tenía razón. Saqué el puñal de cinto, más para hacerle creer al alquimista que sabía lo que hacía que por verdadera utilidad, y lentamente me acerqué a la puerta. El pestillo, de metal oxidado, estaba corrido y soltó un ligero chillido metálico cuando lo abrí.
Bueno Cyn, ¿qué es lo peor que puede pasarte? ¿Que te mueras? Todos vamos a morir tarde o temprano, algunos más temprano que otros si lo que hay aquí dentro son víboras asesinas preparadas para emboscarme, pero...
De nuevo me encontré ante una sala completamente a oscuras, pero por lo menos nadie se abalanzó sobre mí.
Seguro que están esperando a que entre y...
-Entra de una vez, muchacha, es para hoy.
Sí, seguro que me van a matar hoy.
Apretando el puñal en una mano, intenté usar la otra para convocar mis poderes. Cerré los ojos y el puño y me concentré, pero no sucedió nada. Lo intenté de nuevo, sin éxito. El tiempo apremiaba y allí estaba yo, potencialmente rodeada de enemigos, luchando por encender una dichosa luz para poder robar un dichoso trineo de arena, fuese lo que fuese aquello. No podía dejar que mi huida acabase tan pronto simplemente porque aquellos poderes no querían escucharme. Volví a intentarlo.
Vamos bonita, solo quiero una bonita lucecita, por favor, por favor....porque como muera aquí comida por una de esas dichosas víboras juro que no descansaré hasta quemar este mundo hasta los cimientos, así que sé buena y aparece, ¿vale? Venga, vamos, solo una lucecita...Oráculo por favor, no me obligues a amenazarte porque...
Mi palma se iluminó con una pequeña esfera blanca, cuya luz bañó la estancia ganándose una serie de bufidos de molestia. Pegué un respingo y me puse en posición de combate hasta que segundos después identifiqué la fuente del sonido: familiares. Aquello era una especie de establo.
En el fondo de la estancia estaban amarrados un par de alcopafels; dudaba mucho que aquel fuese su hábitat natural, ya que por los libros que Lance me había hecho leer no se hablaba de ningún tipo de animal de grandes dimensiones, así que supuse que las nagas los habían traído allí desde el exterior. Frente a ellos se encontraban almacenados aperos de labranza, herramientas y lo que supuse eran aquellos famosos trineos de arena que venía a buscar. No eran más que unas tablas clavadas y montadas sobre un par de esquís, pero imaginé que a la hora de transportar mercancías o lo que fuese, aquello era mucho más práctico que un carro al uso, cuyas ruedas se hundirían en la arena. Les eché un vistazo y, tras comprobar con cuidado que mi lucecita podía flotar sin apagarse, tomé el que me pareció más adecuado y lo saqué como pude del cuartucho.
Comprobé que el alquimista seguía allí esperándome, y dando por echo que no me ayudaría, comencé a subir a mis amigos al trineo. Cabían más o menos bien y en seguida me di cuenta de que aquel transporte tenía un agujero en el centro. Volví a dentro, busqué un palo y unas telas y efectivamente, comprobé que el palo encajaba en el agujero y que la lona podía atarse a los cuatro extremos del trineo, creando una especie de tienda de campaña que permitía cubrir la carga. Me venía de perlas para evitar que les diese una insolación una vez se hiciese de día. Orgullosa tomé la cuerda que estaba atada al trineo. Deo me observó escéptico.
-¿Vas a tirar tú del trineo, Salvadora?
-Y-yo...espera, ¿por qué no vamos en una de tus nubes? - Rebatí, pese a que estaba realmente orgullosa de mi hazaña...aunque esta consistiese solamente en entrar en un establo a robar.
-Una magnífica idea, podemos detenernos a que saludes a los centinelas. Viendo que ya estaban en tu puerta, seguro que ya habrá corrido la voz de alarma. -Mi mirada fue rápidamente a la parte superior de la muralla, pero no había nadie. La torre vigía, que marcaba la puerta por la que habíamos entrado a la ciudad, se alzaba en el extremo opuesto, iluminada por un par de antorchas. Entendí entonces a qué se debía la baja altura que habíamos llevado durante todo el viaje.
-¿Y qué se supone que debo hacer? ¿Robar un alcopafel? -El hombre no respondió. Suspiré, exasperada, y volví a entrar en el cuartucho, haciendo aparecer de nuevo mi lucecita mágica. Siempre había querido un alcopafel, pero en su momento Valkyon y Ezarel me habían disuadido de ello alegando que era mucho trabajo y que el bicho acabaría comiéndome a mí, respectivamente. Supongo que había llegado el momento de comprobar si tenían razón.
-¡Oiga, ¿podría ayudarme, no?! -No estaba nada orgullosa de mi agudo grito desesperado, pero aquello no era lo que yo había entendido cuando Deo me había dicho que me "ayudaría". Puede que lo más difícil hubiese pasado ya, pero no me veía capacitada para una travesía por el desierto en compañía de un familiar y de mis amigos inconscientes. Aunque no me había costado mucho llevarme al bicho del establo - las nagas habían tenido el detalle de dejarlos atados por lo que solamente tuve que deshacer el nudo sujeto a una argolla en la pared - aquel alcopafel no me daba muy buena espina. Era bastante más grande que yo y su miradita desconfiada no hacía sino aumentar mi paranoia. Lo había sacado recelosa del establo, lo había atado al trineo y con cuidado lo había guiado siguiendo a Deo. El alquimista se detuvo de nuevo ante la pared lisa, y aunque sugerí que buscásemos una puerta, en cuanto las palabras abandonaron mi boca me di cuenta de que seguramente estaría vigilada. Pese a que hacer otro gran agujero en la pared no me parecía algo muy discreto, no estaba en posición de ofrecer ideas, así que permanecí estoica sujetando las riendas del animal. Deo obró de nuevo su magia, la pared desapareció con un leve "plop" y cruzamos sin problema. Cada paso que dábamos fuera de la muralla paradójicamente solo hacía aumentar mi ansiedad, ya que esperaba que de un momento a otro alguien nos detectase y diese la voz de alarma. Pero no fue así, y aquello tampoco me tranquilizaba.
Mi nuevo amiguito parecía sospechar que ni yo era su ama ni esa era su hora de salir de paseo, pues apenas habíamos andado una veintena de metros por el desierto cuando se detuvo y comenzó a sacudir la cabeza. Comencé a tirar pero el alcopafel me miró con cara de pocos amigos, sacudió la cabeza y plantó las patas.
Oh, por el sagradísimo Oráculo...
-¡EH, te estoy hablando! Una ayudita... - estallé de nuevo contra el anciano al ver que se alejaba.
-Grita, seguro que es una muy buena idea. - Se regodeó el hombre. - Y más si piensas quedarte ahí.
-¿A dónde vamos? Creo que no es por...
-¿Quieres que te ayude, muchachita? Pues cierra el pico.
Atónita observé como se alejaba lentamente por las tranquilas dunas del desierto. Al ser noche cerrada el calor era bastante tolerable, pero de momento ese era el menor de mis problemas. Volví a observar al alcopafel y a los cuerpos inertes de mis amigos, que descansaban sobre aquella tabla: el animal me miraba todavía con recelo, pero seguro que no con tanto cómo yo a él y a sus imponentes casi dos metros de largo.
¿Por qué me pasa todo a mí? ¿Por qué me empeñaré en seguir saliendo del cuartel? Dichoso Lance, se va a enterar, como salga de esta juro por lo más sagrado que se va a enterar. Aunque, ¿cómo voy a salir de esta? Voy a morir aquí a las puertas de esta dichosa ciudad de.... cálmate Cyn, calma, respira. Solo tienes que agarrar las riendas de este bicho y despacito salir de aquí en dirección a dios sabe dónde.
-Venga bonito, sé bueno, vámonos de paseo. - Susurré, tironeando de él. Cuánta razón tenían los chicos...
-Es...espera... -jadeé, al límite humano de mis fuerzas. Puede que no fuese yo la que estuviese cargando con mis amigos, pero sí era la que tenía que tirar de aquel dichoso familiar que se negaba a dar más de cinco pasos seguidos. Habíamos caminado un par de horas sin rumbo aparente y el calor comenzaba a aumentar a medida que la salida del sol se acercaba. El anciano caminaba unos pasos por delante de mí y lanzó una rápida mirada hacia mi figura agotada, jadeante y sudorosa antes de suspirar, pero no se detuvo.
No nos habían seguido, al menos de momento. En seguida me di cuenta de que, como habíamos salido en dirección opuesta a nuestro barco, seguramente nos estuviesen buscando por allí. Nadie sería tan idiota como para huir en una dirección aleatoria en un desierto mortal. O bueno, casi nadie.
Nuestra travesía por el desierto continuó hasta que el sol estuvo bien en lo alto, y fue, si cabe, aún más penosa y sufrida que la que había realizado con mis amigos para ir a aquel nido de víboras. Aunque acabé llegando a buenos términos con el alcopafel - o el bicho simplemente se cansó de mis tironeos y comprendió que lo más eficiente era dejarse guiar - caminar por el desierto bajo el sol de mediodía era simple y llanamente un suicido. La otra opción, detenerse a descansar, también tenía bastantes papeletas de acabar mal, así que acepté mi suerte y continué la marcha sin rechistar. Sin embargo, avanzaba lenta, ya que cada quince o treinta minutos hacía parar al familiar para comprobar que mis amigos estaban bien, darles un poco de agua y limpiarles el sudor, que aquel calor de infierno no ayudaba a disminuir. Al menos los libros de Lance me habían servido para algo, aunque hubiese preferido no haberme visto en la necesidad de aplicar mis recién adquiridos conocimientos sobre enfermería en desiertos. Mathieu parecía estar llevándose la peor parte, a juzgar por el tono preocupantemente pálido de su piel. No pude evitar pensar que, de no haber tenido mis poderes, ahora estaría seguramente como él.
La figura de Deo cada vez se dibujaba más lejos, pero hacía tiempo que había desistido en intentar alcanzarle. A veces me preguntaba por qué hacía todo aquello; seguramente fuésemos a morir igual. Estaba agotada, sedienta, la cabeza me daba vueltas y apenas podía sacar los pies del arena. El alquimista bien podría desaparecer en cualquier momento de mi campo de visión y no tendría forma de encontrarlo, ni de salir de allí. De todas formas, dudaba ya bastante de la utilidad de su ayuda. ¿No sería más fácil tumbarse a la sombra y...?
De pronto, dejé de verlo.
Parpadeé un par de veces para quitarme el sudor de los ojos, e intenté otear el horizonte. La luz se reflejaba en la arena y hacía casi imposible ver nada. Tampoco había nada que ver.
El pequeño ataque de ansiedad fue rápidamente sustituido por una inusitada calma; ya no tenía ni fuerzas para ponerme nerviosa.
Morir en desierto, la verdad es que es original. Siempre creí que algún otro bicho marino me echaría el guante. Lo peor será que no podré decirle a Lance que ha sido por su culpa, ese dichoso pedazo de...y Nevra, ¿qué pensará Nevra? Que soy una debilucha seguro. Se va a enterar ese vampiro... pienso morirme lo más lejos posible, para que vea hasta dónde ha llegado esta debilucha...ya verá,ya...
Sin objetivo claro, seguí caminando entre las dunas.
-Patético.
Un par de golpecitos en el costado le indicaron a mi cuerpo que seguía viva, pero mi mente no parecía preparada para nada más. Los golpes se repitieron, más insistentes.
¿No me puedo ni morir en paz? Nadie respeta a la Salvadora...ya verás cuando se lo cuente a Leif...
Abrí un ojo experimentalmente para ser agredida por la luz del sol, que seguía cayendo a plomo. De pronto una sombra la cubrió, permitiéndome ver con más claridad el rostro azulado del alquimista, que me observaba censurador desde arriba. Volvió a darme un par de toquecitos con el bastón.
-¿Descansando, Salvadora?
-¿Qu...? -aturdida, intenté incorporarme. Tenía arena en el pelo, en las ropas, pegada a la piel, y ardía. Unos metros más allá el alcopafel pastaba ausente...espera. ¿Pastaba? Volví a cerrar fuertemente los ojos mientras me mesaba las sienes.
Ya está, he muerto o me vuelto loca o las dos cosas.
-Admiro tu aguante, chiquilla. Una pena que hayas ido a caerte a unos metros de la meta. - Comentó el anciano, que tras comprobar que seguía viva, dio por realizado su trabajo y se fue. Miré a mi alrededor: entre la arena surgían pequeños matos de hierba. No era verde ni parecía muy frondosa, solo eran unas tristes plantas amarillas, pero metros más allá surgía lo que parecía un oasis. O un espejismo. Sacando fuerzas de donde ya no había, me incorporé, tomé las riendas del familiar, que gruñó enfadado al ser privado de su almuerzo, y seguí al alquimista, que se adentraba en el oasis.
Esperaba que al dar un paso hacia el pequeño lago rodeado de vegetación todo desapareciese, pero no fue el caso.
En cuanto el alcopafel, su preciada carga y yo nos internamos en el oasis, que a todas luces era real, me dejé caer sobre el escaso pasto cual fardo. Me permití unos minutos de descanso antes de alzar la vista para comprobar que el animal se había puesto a pastar, ajeno a mi persona. Con un último esfuerzo, volví a levantarme, até las riendas del bicho a uno de los extraños árboles que nos proporcionaban sombra y desaté el trineo de arena, arrastrándolo como pude hasta asegurarme que se encontraba totalmente a la sombra. Luego tomé una de las cantimploras y con cuidado, di de beber a mis amigos como bien pude.
Qué va a ser de mí...
Me volví a dejar caer sobre la arena sembrada de hierbecitas, abatida, pero el descanso me duró poco.
-Espera. ¿Por qué hemos parado? - Espeté, incorporándome de golpe. Deo me observaba con visible escepticismo. - No nos hemos alejado mucho, nos encontrarán.
-No creo que puedas continuar, Salvadora. - Comentó el anciano, que no parecía sufrir el calor bajo su grueso manto negro. Había sacado una especie de cuchillo de una de sus mangas y estaba tallando una ramita de aquellos árboles.
-Yo no...¡pero estamos todavía muy cerca de Sur...Suv..¡de la ciudad!
El hombre suspiró, exasperado.
-Siéntate, muchachita, y deja de gritar. ¿No te agota estar siempre histérica?
Parpadeé, ofendida dentro de lo que me permitía mi total agotamiento y aquel calor que embotaba mis sentidos.
-No tendría que estar histérica si en lugar de estar aquí parados estuviésemos yendo a nuestro barco, que por cierto, no está en esta dirección. ¡Mis amigos están mal y usted no puede ni quiere hacer nada, no tenemos tiempo para...!
El hombre me silenció alzando una de sus amenazadoras manos, para después mesarse las sienes con expresión molesta.
-Nunca creí que la salvadora de Eldarya sería una mocosa insoportable.
-Lo sé, es el comentario más habitual que recibo. - Rebatí, harta de tener que discutir con todo ser viviente en aquel mundo, incluso cuando mi vida estaba en peligro. - Ahora, ¿puede explicarme a dónde vamos? Nuestro barco está en la otra dirección y...
-Creo, o al menos espero, que seas lo suficientemente lista como para saber que de haber salido en esa dirección, ya no estarías aquí para amargarme. -Con un ademán de la mano e ignorando mi total expresión de fastidio, me indicó que me sentase. Obedecí mecánicamente mientras intentaba trazar algún plan. - Ahora solo...
-Qué vamos a hacer sin barco. - Murmuré, presa del pánico una vez más ante la falta de ideas. ¿Se podría salir por tierra de allí? Y aunque se pudiese, ¿cuánto tiempo nos llevaría? ¿No iba ese condenado vejestorio a curar a mis amigos? Todo sería más fácil con su ayuda y sobre todo, sin tener que arrastrar su peso muerto.
-¿Sabes dirigirlo, acaso? -Le dediqué una mirada censuradora, ya harta de toda aquella bilis que descargaba contra mí.
-¡No sé, tal vez sí, tal vez no! Hasta hace cinco minutos tampoco sabía dirigir a un alcopafel, pero ya ve, me las apaño. Así que si no piensa ayudarme, ...
-Pienso ayudarte, Salvadora. Puede que no lo creas, pero me conviene que volváis sanos y salvos, tú y tu grupito de mediocres guardianes.
Alcé una ceja ante esa inusitada, y sobre todo, sospechosa revelación.
-¿Por qué?
-Quiero que me llevéis con vosotros. -Comentó ausente el anciano, mientras observaba la ramita a la que acaba de desproveer de corteza. Con un asentimiento de cabeza, la depositó ante él, y comenzó a hurgar de nuevo en las mangas de su túnica.
-¿Qué? ¿Por qué? ¿Acaso te tenían secuestrado? -Deo no respondió, concentrado como parecía en remover el contenido de un pequeño bote con su recién pulida ramita verde. Recordé que Nevra había comentado en la reunión que el alquimista era una especie de espíritu nómada que sin embargo parecía haberse instalado con las nagas durante un tiempo. ¿Y si no había sido una decisión personal, después de todo...? Aquello no cambiaba mi opinión sobre él: seguía siendo un estrafalario viejo cascarrabias, pero al menos quizá podía finalmente confiar en que me ayudaría.
Seguía sumida en mis pensamientos mientras el alquimista había comenzado a ir de acá para allá, observando las plantas, recolectando hojas de alguno de los árboles y llenando con el agua del lago una cantidad preocupante de pequeños frasquitos. ¿Cuántas cosas le cabían en aquellas mangas?
De pronto se paró ante mí, ofreciéndome una de aquellas botellitas de cristal que contenía un líquido casi transparente pero con un deje verdoso.
-¿Que es esto? -De pronto una bombillita de iluminó en mi cabeza. -¿Es el antídoto?
-No. ¿Crees acaso que con cuatro hierbas puedo salvar a tus amigos? Ese veneno es mucho más complejo que esto, muchacha. Yo mismo lo he diseñado. -Alcé una ceja ante el evidente orgullo en su voz. ¿Por qué no me sorprende?. - Esto solo mitigará los síntomas y retrasará su acción...durante unos días. Evitará que muráis, en todo caso.
-Bueno, supongo que...¿espere, qué? ¿Evitará que muramos?
-Puede que seas aengel, pero tú también estás envenenada, pequeña. Los síntomas han tardado más en dejarse ver, pero es cuestión de tiempo que... -dejé de escuchar la voz del anciano mientras analizaba a toda velocidad mi estado. ¿Me encontraba mal? Claro que me encontraba mal: estaba prácticamente sola y desamparada en medio de un desierto sacado del mismísimo infierno, junto a un vejestorio cascarrabias y perseguida por unas serpientes humanoides asesinas. ¿Quién se iba a encontrar bien? No había forma de discernir si el cansancio, los mareos y los sudores eran por aquel sol abrasador o porque me habían envenenado. Tomé la botellita, olisqueando su contenido.
-¿Y por qué a mí no...?
¿Tendría algo que ver con aquel brebaje turbio que nos habían obligado a beber con la excusa de la tradición? Era cierto que yo había conseguido librarme de beberlo una de las veces, pero se debía solamente al asco que me producía y no a ningún tipo de sexto sentido. Mis compañeros eran mucho más expertos que yo, quizá aquella pócima vomitiva había enmascarado cualquier posible sabor a veneno. Fuera como fuese, lo que me tendía el anciano no olía sospechoso y dado que tampoco tenía mucho que perder, le di un sorbo. No sabía raro, solo a agua con hierbas. Lo di por bueno y me acerqué a mis compañeros para darles de beber una vez más. Esperaba de todo corazón que funcionase, pues Mathieu tenía una apariencia casi cadavérica.
Más vale que funcione, no quiero tener que acudir a ningún funeral tan pronto...
-Bueno, ¿y ahora qué? ¿Nos tumbamos a echar la siesta o podemos seguir huyendo?
-Ahora descansaremos. Bueno, puedes hacer lo que quieras, pero te lo aconsejo. - El hombre volvió a tomar asiento bajo la sombra de un árbol, dejando que el gran ala de su sombrero le cubriese el rostro. Lo observé largamente, esperando que mi mirada fulminante fuese suficiente respuesta. El anciano suspiró. -Escúchame, Salvadora. No podemos seguir avanzando hasta que no anochezca.
-Estamos a unas horas de la ciudad, nos encontrarán. - Rebatí.
-No conocen este oasis.
Alcé una ceja.
-¿No conocen este oasis, ellas que viven aquí, y tú sí? ¿Por qué? - El anciano levantó ligeramente el ala de sombrero para clavar su iris plateado sobre mí. Me estremecí.
-Soy un nubero. Puedo oler el agua. Pasaremos el día aquí y de noche retomaremos el camino. Los Arsj Vismarya no son estúpidos, no se moverán durante el día. -Y volviendo a cubrirse el rostro, se recostó contra el tronco del árbol. -Las serpientes pueden ser muy pacientes.
Las horas pasaron lentas y calurosas, y pese a la tranquilidad del anciano, fui incapaz de pegar ojo. Mis amigos no habían despertado y él parecía dormir apaciblemente, por lo que bajar la guardia y descansar se me antojaba de una temeridad impensable. Cuando el calor hubo disminuido ligeramente y el sol comenzaba su descenso, aproveché para darme un rápido baño en el lago del oasis. Para mi sorpresa el agua estaba fresca y se llevó consigo gran parte de mi cansancio. Cuando volví a nuestro asentamiento temporal recibí una mirada de pocos amigos del alquimista, quizá por haber abandonado mi puesto de guardia, pero lo ignoré. Volví a revisar a los chicos: ya no sudaban, aunque seguían algo pálidos. Karenn era la que mejor aspecto tenía, pero pese a que la sacudí varias veces, no obtuve reacción alguna.
Rebusqué en el zurrón de Chrome que había tomado antes de abandonar la habitación y comprobé que el chico no había cambiado: tenía comida. Me di por cenada con un trozo de pan, pero mi estómago, que llevaba casi un día entero sin recibir sustento, lo agradeció. Después me di un paseo por los alrededores de nuestra base, y conseguí un par de frutas que recordaba haber leído que eran comestibles.
Bueno, y si no lo son, ¿qué más da? ¿Qué más me puede pasar ya?
Por lo demás, esperé paciente a que el sol se pusiese entre las dunas para volver a presionar a Deo. El alqumista, ajeno totalmente a mi de nuevo creciente estrés, cenó tranquila y calmadamente unas frutas. Me acerqué a él cuando hubo acabado de comer, pero no tuve tiempo a pronunciar palabra antes de que el anciano pusiese los ojos en blanco.
-Todavía hace demasiado calor, Salvadora. Tendrás que esperar un poco.
-Hemos caminado a mediodía. ¿Para qué hace demasiado calor ahora? - Espeté.
-El agua se evaporaría demasiado rápido. - Respondió solamente el alquimista, y sin añadir nada más, se levantó y fue a sentarse ante el lago.
Permaneció allí durante lo que seguro fueron horas, hasta que el manto de estrellas cubrió por completo el cielo y no quedó ni una traza de luz solar. Tragándome mi impaciencia, volví a atar al alcopafel al trineo y lo acerqué al lugar donde se había instalado el alquimista, preparada para partir cuando decidiese poner fin a su sesión de meditación nocturna, para la cual sin duda no teníamos tiempo.
Deo se incorporó finalmente, pero en lugar de retomar la marcha, permaneció de pie ante el algo. Llevó la punta de su bastón hasta la superficie en calma de las aguas, rozándolas levemente y causando una pequeña onda. Después, alzó las manos. Había visto demasiadas cosas en ese mundo como para saber que lo que ahora se venía seguramente era una invocación, pero desconocía qué demonios podía invocar que fuese a sernos de ayuda.
De pronto, el agua comenzó a agitarse, a medida que las yemas de los dedos del alquimista empezaban a brillar con una luz azulada. Mi respeto al agua me hizo retroceder instintivamente: si ahora sacaba de ahí algún tipo de monstruo marino, me daría algo.
No fue así, y el agua agitada comenzó a burbujear, y más tarde, a hervir y desaparecer. Ojiplática, observé cómo el lago al completo bullía hasta evaporarse por completo, creando una densa nube neblinosa. La nube fue creciendo y adquiriendo unas proporciones colosales, al mismo tiempo que se oscurecía: en cuestión de minutos sobre nosotros flotaba una inmensa nube de tormenta, turbulenta y negra.
El alquimista bajó finalmente los brazos y me dirigió una mirada satisfecha, alimentada seguramente por el terror de mi rostro.
-Espero que estés contenta, Salvadora, he secado un oasis entero solo por ti. -Comentó con sorna e ironía mal disimulada.
-¿Qué...qué se supone que...?
-Nuestro transporte. Venga, ¿no tenías prisa? - Y con un gesto vago de mano, hizo que la nube descendiese hasta encajarse en el ahora lecho vacío del lago. Sin esperar, caminó y se subió a ella como si se tratase de una plataforma estable y no de una cantidad ingente de vapor de agua. - Vamos, chiquilla, espabila.
Titubeante aún, puesto que la nube parecía revolverse y parecía tener vida propia, tiré del alcopafel, conduciéndolo hacia la nube. Deo me miró censurador.
-No irás a subir a ese bicho a mi nube, ¿no?
Miré al alcopafel, que sin duda estaba viviendo la aventura de su vida en contra de su voluntad, como yo. Seguía observándome con recelo, y pese a que nuesra relación no había sido muy buena, no podía dejarlo allí abandonado a su suerte.
-N-no voy a dejarlo aquí... sin agua morirá. - Acerté a decir, pese a que no le quitaba ojo a la nube. El anciano suspiró, pero no añadió nada más. Con paso vacilante, subí a la tormentosa nube.
El viaje en la nube de tormenta fue bastante peor que nuestro primer paseo. Nos habíamos elevado a una altura realmente preocupante, seguramente para no ser descubiertos desde el suelo, aunque aquella enorme masa oscura no era muy discreta y proyectaba su gigantesca sombra sobre el desierto. La velocidad también era bastante mayor, por lo que me pasé todo el trayecto sentada, sujetando las riendas del alcopafel con una mano y el trineo con la otra, por miedo a que alguno de los dos saliese despedido. Deo, ajeno a mi terror, se alzaba indiferente en la parte delantera de la nube, oteando el horizonte y haciéndola virar con gestos de su bastón. Para colmo de males, se trataba efectivamente de una nube de tormenta: poco después de alzar el vuelo, su contenido comenzó a revolverse y de vez en cuando se escuchaban pequeños gruñidos, como truenos amortiguados, que me hacían pegar un respingo y cerrar los ojos.
A medida que el tiempo pasaba no se podía decir que me hubiese acostumbrado, pero al menos llegué a aceptar la situación. Pasaron las horas y en seguida me percaté de que la nube había disminuido su tamaño; me pareció extraño, pero de pronto recordé las crípticas palabras del anciano hacía unas horas: cuando hablaba de que hacía demasiado calor y el agua se evaporaría, se refería a la nube. Un escalofrío me recorrió la espalda ante la idea de que no aguantase hasta nuestro destino y fuésemos a caer a plomo desde aquella altura. Con un nuevo miedo desbloqueado, me pasé el resto del trayecto observando con aprehensión cómo sus bordes se iban contrayendo lentamente.
El sol comenzaba ya a despuntar cuando pude ver que ante nosotros el desierto daba paso a algo nuevo: el mar. La nube comenzó a reducir la velocidad y a descender en altura, y de pronto pude distinguir una gran forma junto a la costa: nuestro barco.
-¿Vamos a bajar al barco? - Pregunté a voz en grito, esperanzada al ver por fin salida a todo aquello. Deo no se molestó en girarse siquiera, y por un momento pensé que tal vez no me hubiese escuchado con el fragor del viento.
-Lo intentaremos, al menos. -Repuso, haciendo que la nube continuase su descenso. - Vete preparando uno tus preciosos escudos, Salvadora.
-¿Qu...? -No tuve tiempo para finalizar mi queja cuando escuché un silbido desagradable que identifiqué en seguida. Casi de forma inconsciente una enorme burbuja de energía rodeó a nuestra nube, justo a tiempo para evitar que la flecha hiciese blanco sobre nosotros.
A esto se referiría Lance con lo de que mis escudos serían útiles, supongo...aunque dudo que contase con que tuviese que usarlos desde una nube.
Deo no parecía amedrentado por la amenaza y no dejó de descender, acercándonos cada vez más al suelo y por ende, a un claro peligro. Quizá tenía demasiada confianza en mi capacidad de crear escudos, pero por mi parte yo temía lo que fuese a pasar una vez hubiésemos tocado tierra. Esta vez fue una ráfaga de flechas la que golpeó nuestra protección, que por suerte no cedió.
La nube, en lugar de aminorar la marcha, aceleró hasta que por fin aterrizamos sobre la cubierta del barco con un golpe seco que hizo que nuestro transporte estallara como si de un globo de agua se tratase, dispersando vapor y lluvia a su alrededor, dejándonos a nosotros y al barco empapados. El impacto me pilló desprevenida, haciendo que nuestra burbuja protectora desapareciese. A penas tuve tiempo de reponerme del aterrizaje cuando escuché un grito aterrador que ocasionó que cerrase los ojos instintivamente, levantando de nuevo otro escudo contra el que chocaron diversas flechas y un par de sables curvos.
Cuando el vapor se hubo disipado, vi que ante mí un par de nagas intentaban sin éxito traspasar el muro mágico que nos separaba. Sus rostros eran realmente aterradores, con las mandíbulas desencajadas y los afilados colmillos al aire mientras siseaban de forma agresiva. Detrás de ellas, la que sería casi una docena de serpientes rodeaban el barco, que habían sacado y encallado en tierra mediante unas cuerdas que aún sujetaban. Intenté que la ansiedad no se apoderase de mí: primero me libraría de las serpientes, luego ya vería como volvía a meter el barco en el agua.
Lancé una rápida mirada para comprobar que mis amigos estaban a salvo: tanto el trineo como el alcopafel, al que se le veía claramente trastornado por el aterrizaje y por todo el agua que acababa de caerle encima, se encontraban tras de mí. No alcancé a ver a Deo, puesto que una nueva lluvia de flechas hizo que me replantease mi escudo y volviese a optar por una burbuja. Palidecí ligeramente al comprobar que algunas de las fechas que habían golpeado la parte superior de nuestra protección estaban encendidas: si alguna tocaba el barco íbamos a tener un gran problema.
No puedes esperar a que eso pase, ¡demonios, Cyn! ¡Eres no una guerra, no un ángel! Que Leif se quede con su discurso de paz y amor, ¡atácales antes de que sea demasiado tarde!
Concentrándome, apunté a las nagas con la mano con la que no mantenía el escudo, esperando que los poderes no fuesen a defraudarme de nuevo. Tampoco tenía claro en qué debía pensar para convocarlos, ni qué opciones de ataque tenía, por lo que solo recé para que saliese alguna especie de chorro de luz abrasador o cualquier cosa medianamente peligrosa. La palma de mi mano se iluminó, creando una bola de energía que, cuando hubo alcanzado el tamaño de una sandía, pegó un chispazo y salió despedida contra las nagas, impactando de lleno en las dos que se encontraban en cubierta y haciéndolas salir despedidas. La onda expansiva calcinó las flechas que ya volaban sobre nosotros.
Me observé la mano, genuinamente sorprendida.
-¿Llevo todo este tiempo pudiendo hacer esto..? -Murmuré, pero de pronto una sacudida zarandeó el barco, sacándome de mis cavilaciones. Perdí el equilibrio y acabé en el suelo, cosa que las serpientes aprovecharon para lanzar una nueva ráfaga de flechas, que por suerte golpearon inofensivamente mi escudo. No obstante, una nueva naga, a todas luces un guerrero por las pesadas hombreras metálicas que vestía, subió a bordo y reptó hacia mí, espada en mano. No desconfiaba de nuestra burbuja protectora, pero el ver de nuevo a una serpiente, y además armada, alzarse imponente sobre mí me trajo muy malos recuerdos de mi encontronazo con Vhatraryi e instintivamente retrocedí. El barco volvió a recibir una fuerte sacudida, y no estaba segura de querer saber a qué se debía. De nuevo alcé la mano, apuntando hacia la criatura hacia la cual salió despedido un rayo luminoso. Para mi auténtico horror, ésta parecía más hábil que las anteriores, y no sólo esquivó mi ataque, sino que comenzó a reptar por el escudo.
Si salgo de esta creo que ya sé qué va a sustituir a Erskine en mis pesadillas...
Una vez se situó en la parte superior de nuestra burbuja, alzó la espada desafiante, buscando clavarla en la cúpula. A decir verdad, yo desconocía si aquella acción podría destrozar el escudo, pero concluí que no quería esperar a descubrirlo.
Me concentré y el escudo, de pronto, implosionó.
No era realmente lo que quería, pero la criatura salió despedida y el caos reinó durante unos preciados segundos en los que el barco, sin saber cómo, había comenzado a moverse. Todavía desubicada y en el suelo, volví a crear rápidamente otra protección esperando una nueva lluvia de flechas incendiarias que sin embargo, no llegó. Cuando alcé la vista vi que una fuerte ráfaga de viento las había desviado, la misma ráfaga que parecía hinchar las velas de nuestra embarcación, que en algún momento, había vuelto al agua.
Me incorporé sin tener ni idea de qué estaba pasando, para contemplar cómo nos alejábamos de la costa. Tras recorrer el barco con la vista, me topé con la figura del alquimista en la proa, bastón en mano.
-¿Qué...qué está...? ¡Nos movemos! - Balbuceé, agarrándome a la barandilla del barco para no perder el equilibrio.
-¿Querías quedarte un rato más a jugar, Salvadora? - Respondió el anciano, lanzándome una mirada divertida por encima del hombro. - Puede que la ventaja estuviese de tu parte, pero creía que un aengel luchando sería...más majestuoso.
-¿Más majestuoso? ¡No sé ni qué demonios estaba pasando, bastante he hecho que no he gritado! - Rebatí, pero mi atención se volvió de nuevo a nuestro medio de transporte. -¿Lo estás moviendo tú? ¿Tú lo desencallaste?
-Técnicamente ha sido el viento, pero sí, he sido yo. Dame las gracias cuando quieras.
-Y-yo....gracias. - Por una vez, dejé pasar el tono pedante del anciano porque era cierto que le debía una. De no ser por él, tendría que haber luchado contra todas aquellas serpientes y luego... - Espera, ¿por qué...? Las nagas, ¿cómo han...? ¡Nosotros tardamos días en llegar a su condenada ciudad! ¿Cómo han cruzado el desierto en una sola noche?
Deo volvió a mirar por encima de su hombro.
-De verdad eres una chiquilla ignorante, ¿no? Bueno, no te culpo. Creo que es su secreto mejor guardado. - Sin esfuerzo alguno, clavó el bastón en la proa, que comenzó a brillar con un tinte azulado, y descendió para reunirse conmigo. - La ciudad que has visto es una tapadera, está vacía, Salvadora. Los Arsj Vismarya viven bajo tierra.
¿Cómo?
Mi mirada horrorizada pareció alimentar su ego.
-No necesitan luz para vivir. Ninguno de los edificios está habitado. Las únicas nagas en la superficie habitan en las zonas de vigía y en el edificio principal, en el que se hospeda el Consejo y se usa para ritos religiosos y...sacrificios. El verdadero pueblo naga vive bajo tierra, en un intrincado sistema de túneles que recorre todo el desierto. Por eso han tardado solo un día en llegar hasta vuestro barco.
Observé al alquimista largamente mientras procesaba aquella información. No es que ahora fuese a servirme de mucho, pero no podía evitar los escalofríos al pensar que mientras caminábamos sin rumbo por el desierto, debajo había un verdadero nido de víboras. Nunca me había gustado aquella misión, pero cuanto más sabía más palidecía al recordar que había preferido todo aquello a rellenar una montaña de papeleo.
El viaje prosiguió sin contratiempos, a una velocidad vertiginosa gracias a los poderes del anciano, que mantenían los vientos de forma constante y en nuestro favor. Tras acomodar a mis compañeros en sus camarotes, até al pobre alcopafel a la bodega. El bicho, cuyo fuego natural había salido bastante mal parado debido a la ducha ocasionada por la nube, me observó con rencor mal disimulado, pero se dejó hacer. Aproveché para subir algo de comida en condiciones y ofrecérsela al alquimista, a quien pese a todo debía agradecerle que aquella misión no hubiese acabado sensiblemente peor. Mientras preparaba la comida, pensé que, a excepción del pequeño detalle del veneno, en realidad la misión podría considerarse un éxito: no sólo habíamos hablado con Deo, sino que lo llevaba en persona al QG y por voluntad propia. Seguro que Nevra no encontraba ninguna razón para gritarme. Si obviaba todo el pánico, ansiedad y las dos veces que había estado a punto de morir, en realidad creo que podría considerarse mi mejor misión: era la única de la tropa que había salido ilesa.
Por otro lado, no estaba segura si aquella cantidad de adrenalina y peligro eran un precio justo por el éxito de la misión. ¿No había forma de que me saliese algo bien sin que me diesen tres ataques de pánico ni nadie intentase comerme en el proceso?
Mientras cavilaba sobre cómo iba a darle mi informe al vampiro, volví a la cubierta y le tendí un tazón de verduras al alquimista, que lo observó con cara de pocos amigos.
-¿Qué pasa ahora? - Mascullé mientras tomaba asiento. Deo removió el contenido pero no hizo ademán de degustarlo.
-Veo que la cocina no está entre tus poderes, Salvadora.
-Oh, vamos. -Aquello me había herido en el orgullo. Quizá no fuese buena cocinando cosas que no fuesen dulces y pastas, pero después de todo lo vivido lo último que quería era una crítica culinaria. - Si tienes alguna queja, siempre puedes volver con esas serpientes... seguro que el menú de rehén estaba mejor.
-¿Rehén? Yo no era ningún rehén, no te equivoques. - Me corrigió mientras le pegaba un sorbito de prueba. Su arrugado rostro se contrajo un tanto, pero intenté no darle más importancia.
-Si te tenían ahí en contra de tu voluntad, entonces eso se llam...
-No estaba en contra de mi voluntad, pequeña. Era un invitado. - Se notaba cierta ofensa en su voz, pero no era aquello lo que me llamaba la atención.
-Pero...me dijiste que a cambio de tu ayuda querías venir con nosotros...creí que...
-Oh, eso. Simplemente ya me había cansado de estar allí. Podía irme cuando quisiese. Solo que...esto le ha dado un poco de emoción.
Alcé una ceja, sin comprender muy bien a dónde quería llegar pero temiendo que no fuese a gustarme la respuesta.
-¿Que es "esto"? - El anciano sonrió entre sus barbas mientras sorbía el caldo de verduras.
-Oh, no iba a marcharme sin despedirme. Sería de muy mal invitado, ¿no crees? Dejé una notita.
-Una...¿una notita? - Posé el cuenco con mi comida sobre el banco de madera. Mi apetito había desaparecido de golpe. - ¿Una notita diciendo QUÉ? ¿¡"Me voy con la Guardia de Eel"!?
-No, no habría sido divertido. - Pese a su reticencia inicial, el anciano se llevó el bol a los labios y dio buena cuenta del contenido. - Les dije que eráis de la Guardia y que habíais venido a secuestrarme.
El que hubiese posado el bol visionariamente unos segundos antes evitó que derramase todo su contenido por la cubierta. Sin ser capaz de articular palabra, observé boquiabierta al anciano, que continuó como si tal cosa. - Solo quería ver qué pasaba. Aunque, la verdad, no esperaba que fuesen a tomarse tantas molestias...venir hasta el barco para interceptarnos, quién lo diría.
-P-pe...- murmuré, aunque no estaba segura de si quería gritar, llorar o simplemente lanzar por la borda a ese vejestorio. - Si no hubieses...escrito eso, no habrían...
-¿No os habrían perseguido? Por supuesto que no. Confiarían en que el desierto se encargase de vosotros. Y tampoco se habrían percatado de mi ausencia sino le hubiese pasado la notita a Vhatraryi por debajo la puerta...quién lo diría, ¿eh? Creía que esas nagas solo adoraban a sus dioses, pero mira tú que...
Volví a fijarlo con la mirada, anonadaba ante la confesión. ¿Así que todo aquello había sido culpa suya? O mía, al fin y al cabo, ya que yo había ido a pedirle ayuda en primer lugar. Pero, ¿qué demonios iba a saber yo? ¿Cómo iba a saber que era un viejo retorcido y sociópata? El solo pensar que podría haber sacado a mis amigos de allí por mi cuenta y que nadie se habría percatado, ni nos hubiesen seguido...la cabeza comenzó a darme vueltas.
-¿Arrepintiéndote de algo, Salvadora? - Comentó con sorna el anciano al ver cómo palidecía por momentos. Sacudí la cabeza.
-¿Sabes? Da igual. Te necesitaba para salvar a mis amigos, no podría haber escapado con ellos sin...
-En realidad... - Comenzó de nuevo, pero me levanté de golpe.
-No, no quiero saberlo. Si vas a decirme que podrías haberlos curado allí pero no quisiste, no quiero saberlo. Solo quiero saber, ¿por qué? ¿Por qué tanto odio? No nos conoces. No hemos...
-No me gusta que me molesten mientras trabajo. -Concluyó el anciano, levantándose y dirigiéndose de nuevo a la proa junto a su bastón. - Deberías de haber llamado a la puerta aquella vez. Tómatelo como un escarmiento.
Un...un escarmiento....yo..he tenido suficiente por hoy. No, por el resto de mi vida.
-Alegra esa cara, Salvadora, mañana por la mañana estaremos ya en tu querida ciudad de Eel.
Nevra me va a matar. Definitivamente, me va a matar.
FIN~~
Bueno, hasta aquí lo que se daba!
Me disculpo por el inmenso retraso de este episodio, tuve que escribirlo varias veces, no me acaba de gustar, cambié cosas, quité cosas, lo dejé, lo volví a retomar... en general no estoy del todo satisfecha con cómo ha quedado pero creo que no tengo la capacidad para plasmar lo que tenía reservado en mi cabeza para esta continuación, así que lo dejaremos así y a otra cosa~
Pese a todo, espero que os haya gustado o al menos os haya entretenido un rato~Seguiré trabajando el fic, en cuanto pueda tendréis un capitulito 6 ~~
Hasta entonces, nos leemos!
Ufff te quedo buenísimo, espero que las sigas, Esta debería ser la historia canon de Eldarya XD
ResponderEliminarMe alegro de leer eso <333 muchas gracias por leer y comentar!
EliminarLyn!! Me ha encantado! 🤗 Así que lo he visto, me lo he tenido que leer de golpe.
ResponderEliminarNormal que te haya dado más de un quebradero de cabeza el episodio, no ha habido ni un momento que no me haya sorprendido o que me esperara en lo más mínimo lo que estaba pasando. Te felicito!!
Por cierto, votos a favor para que el alcopafel sustitya al seifaun 🤚 creo que le pega mucho más a Cyn que un bambi.
Gracias por compartir tus escritos con nosotr@s, espero poder seguir disfrutándolos mucho tiempo 🥰
Ella, un placer tenerte por aquí de nuevo~~ muchas gracias por tus palabras, me alegro de que te haya gustado <33 (claro, algo habrá que hacer con ese alcopafel (?)) Gracias a ti por leer y venir a comentar, nos leemos!<3
EliminarAaaahahahaha, me cae bien el señor Deo, por favor, cuanta maldad en un viejo XD Me da pena Cyn, pero como "broma es buenisima" Ya quiero ver la cara del resto cuando recupere el conocimiento
ResponderEliminarEsta genial! Espero que sigas escribiendo por que está más interesante que el viaje a la Tierra de N.E.
Ese señor ha venido solo a causar estragos (??) Muchas gracias por tus palabras, me honran de verdad uwu y gracias por leer y comentar!
EliminarComentando para dejarte saber que se aprecia que le dediques todo este tiempo a escribir tu propia historia. Me pregunto si Leiftan habrá sentido el miedo de Cyn desde esa distancia y hay barcos de camino a Arsj Vismarya sin que ella lo sepa. Si es así, uff, ya que Cyn no puedo percibir su reacción. Pero en todo caso, estoy segura de que lo que escribas será genial como siempre. :) ¡Ánimo!
ResponderEliminarTal como predije en mi comentario ,en el comienzo de esta historia, no pude parar de leer hasta terminarlo visiblemente enganchada de principio a fin. Me encanta que a diferencia de las aventuras anteriores (y la mayoría de capítulos oficiales de eldarya) Cyn halla podido poner a salvo a sus amigos para variar, incluso si para ello los puso en peligro en primer lugar ( ame ese plot twist por cierto). Como siempre un placer poder alivianar un día complicado con uno de tus escritos!! Estaré al tanto del siguiente sin dudarlo! Nos leemos!!
ResponderEliminarViejo malp*rido
ResponderEliminaraun así la ayudó, para su entretenimiento, pero igual la ayudó
Hola lyn, por fin escribo un comentario (muy tarde, pero da igual)
me hacen mucha gracia tus elocuentes comentarios en todo a lo que se refiere a eldarya
probablemente tu Cyn y mi Sweet se llevarían de maravilla, sobretodo si es para incordiar a nevra y medio causar caos